Por: Héctor Aguilar
Sábado 21 de febrero de 2015, mediodía. Calle: Reforma, estatus:
observador.
Justo a esa hora se ponía en marcha el noveno Congreso Estatal del
Partido de la Revolución Democrática (PRD) en el Hotel María Isabel Sheraton de
Reforma, ubicado frente al Ángel de la Independencia, un lugar estratégico para
todo mexicano que desee celebrar algo. Desde futbol hasta política.
Decenas de personas nos encontrábamos en el lugar, uno de
esos sitios donde el glamour y el despilfarro se pueden tomar como normales. Un
sitio de oficinas y embajadas, que para ese momento se encontraban a punto de terminar
sus labores. Horas más tarde, comenzarían a llegar los jóvenes en carros de
lujo, que buscarían divertirse por la Zona Rosa, importándoles poco lo que
sucediera en el alto edificio, donde el PRD sesionaba y daría a conocer a sus
representantes para las jefaturas delegacionales.
Quizá no fuera hoy, quizá sería mañana domingo.
Conforme pasaba el
tiempo, los perredistas comenzaban a llegar: los candidatos, sus
representantes, el séquito que acompaña a un simple mortal que por momento se
convierte en deidad, seguido por cientos, adorado por pocos y amado, solo por
el hecho de representar un poco de poder que, compartido, “nos puede sacar de
pobres”.
“Nosotros llegamos desde hace un par de horas. Venimos de
Xochimilco. No queremos que esto resulte ser una imposición, de una persona que
ni siquiera es de Xochimilco y que tiene aspiraciones para ser jefa
delegacional”, nos dijo Jaime, quien con pancartas y vítores apoyaba a uno de
los precandidatos que finalmente no triunfo.
Pasaban las horas. No había resultados. La tarde comenzaba a
caer, un fuerte aire se empezó a sentir y el incremento en el aforo vehicular
se hacía particularmente molesto.
Más personas llegaban a las cercanías del hotel: “Estamos
buscando que el Congreso del PRD vuelva a ser como hace unos años. Limpio, y
que quien sea el candidato o candidata logre la unión entre todas las
corrientes”, platicaba a voz en pecho una persona ya de la tercera edad hacia
un pequeño grupo.
Gente de los precandidatos de las 16 delegaciones, salía y
entraba, entraba y salía. Hacían llamadas, pedían números telefónicos.
Mostraban caras de todo tipo, mientras el tiempo proseguía.
Con un rápido movimiento de cabeza, alcanzamos a ver a gente
conocida en Xochimilco, algunos coordinadores territoriales, quienes bien
vestiditos y con la mano en alto, entraban poderosos y hasta envalentonados al
hotel sede.
Por medio de las redes sociales no había nada. Alguna foto,
algún comentario, pero nada más.
“Ana Julia va arriba con una ventaja significativa”, dijo
una chica con falda azul arriba de la rodilla, saco y peinado de salón,
pertenecía a un grupo de apoyo a la precandidata Díaz del Campo (por el apoyo
que pudimos observar). “Van a hacer un receso y regresan más tarde”, aseguró.
Llegó la noche, fría y, como dicen los poetas, oscura (nunca
entenderé porque lo deben acotar en sus textos). El aire apenas servía para
refrescar una espera de más de 8 horas. Las luces de una de las avenidas más
importantes del país estaban encendidas a su máximo nivel, los cambios del
semáforo eran ya conocidos por todos, el ritmo de avance de los coches era lo
único que te mantenía atento a alguna situación. No había nada más que hacer
que ir al Sanborns de la esquina o al Oxxo y comprar algo para “botenear”.
De pronto alguien mencionó: “Ya no va a haber nada hasta
mañana. No hay acuerdos”, luego de la espera y ante la incertidumbre general,
esas eran palabras de aliento. “Entonces, ¿ya nos vamos?”, preguntó una dama. “No
tiene caso que nos quedemos. Esos cabrones van a irse a cenar y regresan mañana”,
le respondieron, refiriéndose a los precandidatos.
Llegó el domingo, una mañana fría, pero con un
solo que más que calentar, hería la piel con su salida. Muy temprano ya había
gente a las afueras, como si esperaran a que los dioses de la política se hicieran
presentes y cada uno de ellos fueran los elegidos para obtener un sitio entre
las “deidades”, entre los tlatoanis.
Algunos precandidatos entraron de nuevo, en esta ocasión ya
no vimos a todos. Desfilaron los mismos autos en el recinto, aparecieron los
mismos personajes de apoyo en la calle: “Fuimos a quedarnos en la casa de mi
tía que vive aquí en la colonia Cuauhtémoc. Le pedimos chance de dormir ahí,
somos seis personas. Nos bañamos tempranito y aquí estamos apoyando de nuevo”
comentó José, quien portaba una bandera amarilla con el logotipo del Sol
Azteca.
Y su actitud quizá contribuyó a que las cosas cambiaran. Porque
luego de esperar por más de 10 horas de un sábado perdido, bastaron 45 minutos
para que las negociaciones dieran a conocer a un ganador.
Eran apenas las 11 y media de la mañana y el Congreso que se
tomó toda la tarde del día anterior, consignó con rapidez.
En efecto, los rumores del día anterior se hacían realidad. El
“dedazo” había llegado, la imposición se concretaba. 200 a favor 47 en contra. La
candidata de Alternativa Democrática Nacional (ADN) Ana Julia Hernández Pérez, era
elegida con una gran mayoría para ser la representante del partido a la
jefatura delegacional.
La decepción en el rostro de algunos seguidores era obvia.
El júbilo se desbordaba por otro lado. Muchos salieron molestos, tristes,
acongojados, pero sobre todo cansados de haber pasado una larga jornada y salir
sin nada. Pero más aún, con el problema de que su futuro no estaba claro, ya
que muchos de ellos forman parte de la estructura delegacional y con el cambio,
si es que la candidata del PRD gana la elección, serán los primeros en salir y
buscar otra chamba.
Ahora falta conocer a los candidatos de los otros partidos,
y después, esperar a conocer cómo le va a hacer la ganadora para estabilizar
internamente a su partido en Xochimilco, porque las cosas no pintaban nada bien
en materia de unidad, ayer al mediodía.
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