Lunes por la madrugada. Mi trabajo como editor en un medio
de comunicación nacional, hace que mi llegada a casa sea regularmente después
de la medianoche.
"Ya vete a descansar", me dijo el editor general del periódico.
-"Uuy, ni te preocupes. Saliendo tengo que ir a checar
si en las gasolinerías de mi casa hay gas", respondí.
Mi auto apenas tenía poco más de un cuarto de combustible en
el tanque, y al día siguiente mis ocupaciones como padre de familia me
requerían el uso del vehículo constantemente.
Salí de la empresa y tomé un servicio de taxis que me llevó
de regreso a casa. El chofer tomó, como cada noche, por Calzada de Tlalpan,
cada una de las estaciones que vimos estaba cerrada, entre 20 y 30 autos
esperaban a que se apareciera, por ventura del señor, una pipa y pudieran
cargar.
Así pasamos, incluso, la que está antes de subir el puente
de Viaducto Tlalpan, solo la de La Virgen estaba dando servicio.
"En Tepepean me pongo las pilas para ver si las dos
gasolinerías de La Noria están dando servicio", pensé mientras el taxi
tomaba el caracol para llegar a Periférico.
Grande fue mi sorpresa cuando observé que solo había unos
25 autos esperando a la altura de la subida de La Noria, y lo mejor de todo fue
que la estación, donde se encuentra la panadería La Esperanza, sí tenía
combustible.
Llegué a mi casa y me apresuré a sacar el coche, tomé de
regreso a La Noria, me formé y escuché los comentarios de quienes ahí
esperábamos a eso de la 1: 15 de la madrugada.
"Dicen que llegaron dos pipas, y que cargaron a full,
pero la primera llegó a las 21 horas, y la segunda más tarde". Al escuchar
esto sentí un temor, ese mismo que nos aterra cuando pensamos que estamos a
cinco autos de llegar a la máquina surtidora: "¿Alcanzaré?".
Mi respuesta llegó rápido, faltando dos coches para llegar a
la estación, se escuchó un grito ensordecedor: "¡Ya se acabó!".
Ya no sé si fue enojo, desesperación u otra cosa. Había
avanzando bien, tal vez una media hora para llegar hasta mi lugar actual y me
dicen que ya no había combustible. Caray. ¿Y ahora?
"Va a tener que esperar jefe, pero no sabemos a qué
hora llegará la otra pipa, o si llegará otra pipa", aseguró el encargado
de la gasolinería.
Frío, lluvia ligera y un marcador que apenas levantaba su
flecha... cuando de repente, de la nada, un Mondeo gris con tres personas se
nos acercó y sin duda gritó: "¿Le hace falta gasolina? Traigo galones, 20 litros por 600
pesos".
¿De dónde habían salido estos sujetos? justo cuando se
terminó la gasolina? Porque la duda sí te ataca.
-"No, muchas gracias", respondí.
"¿Entonces no le interesa?... insistieron. Volví a darles las
gracias y buscaron dónde estacionarse. Preguntaron a unos 10 conductores de la
fila. Nadie adquirió su producto... se fueron.
Ante tal mala suerte yo seguí esperando en la fila. De
pronto, otra persona, de aspecto desaliñado, incluso sucio, con una boina café,
se acerca y me dice por la ventana. "Le vendo gasolina jefe, de a 35 pesos
el litro; es más, de a 30 se lo dejo a usted".
Pensé: "Son casi las 2 de la mañana, cierto, soy el
segundo en la fila, pero nadie sabe a qué hora llegará la pipa, 300 pesos por
10 litros me saca de problemas, pero...."
Amablemente agradecí al sujeto por su ofrecimiento pero no lo acepté, lo mismo sucedió con otros
a quienes también se les acercó.
Momentos más tarde, ante una oscura noche sin luna y una
brisa fría, la diosa fortuna se acercó a mí. "La gas del crucero está
llena, y la fila no está larga. Váyase para allá. Yo salía en 25 minutos",
me dijo un joven en un Sentra blanco, quien luego tomó camino rumbo a la zona de Ampliación
Tepepan y se perdió.
Volví a pensar: "¿Si me voy y viene la pipa?, son las
2:20 de la mañana... ", así que decidí:: "Vamos a ver".
Hoy, quiero agradecer a ese joven que hizo el anuncio, ya
que mi carro tiene el tanque lleno, al irme a formar a la gasera azul del
crucero, donde tardé, efectivamente, unos 25 minutos en formarme y ser
atendido con una fila que comenzaba por ahí de Fantasías Miguel.
Esta es la historia que muchos viven diariamente, unos
tenemos suerte, otros no tanta, pero a final de cuentas, es el Xochimilco que
vivimos en este momento, el de las largas filas, el de los huachicoleritos a
menor escala que quieren vender su producto ante la desesperación de otros, ese
que se acabará de la única forma posible. No comprándoles.
Regresé a casa a eso de las 3 de la mañana. Una noche mágica, una noche en busca de combustible en
Xochimilco.
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