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jueves, 4 de septiembre de 2025

#México. Claudia Sheinbaum: El segundo año: el reloj que corre

 El segundo año de la Presidente marca la frontera entre la esperanza y la resignación: el tiempo apremia y la vida cotidiana exige respuestas tangibles

Por: Héctor Aguilar C.

El primer año de Claudia Sheinbaum en la presidencia se fue volando. Y como suele pasar con las grandes promesas, lo que más se nota no es lo que llegó, sino lo que todavía no aparece. México celebró hace 12 meses un cambio histórico: por fin una mujer en la silla más poderosa del país, con legitimidad de sobra y un respaldo que pocos presidentes habían tenido. La pregunta es: ¿qué hacemos con esa esperanza ahora que empieza a deslavarse? 

El segundo año arranca con un reloj que corre más rápido de lo que parece. La paciencia de la gente es limitada, y no porque no confíe en el proyecto, sino porque la vida diaria no espera. No basta que el gobierno diga que hay inversión récord si el salario sigue sin alcanzar para pagar renta, transporte y comida. No alcanza que bajen las cifras de homicidios si la mitad del país sigue sintiendo miedo al salir de noche.

El riesgo es claro: que el entusiasmo que acompañó la victoria termine convertido en resignación. Y la resignación es peligrosa, porque mata cualquier posibilidad de creer en el cambio.

Sheinbaum ha mostrado un estilo distinto al de su antecesor: menos pleitos, más datos, más calma. Eso le da aire, sobre todo a quienes estaban cansados del ruido. Pero gobernar no es solo administrar estadísticas: es darle a la gente razones concretas para pensar que su vida mejora. Esa parte sigue pendiente.

El segundo año es decisivo. Es el momento de demostrar que los programas sociales no son solo transferencias, sino escalones hacia algo más grande: trabajos dignos, oportunidades reales, un país donde la juventud no sienta que todo está en contra. Es el momento de traducir los logros técnicos en certezas palpables.

Porque la esperanza, esa que se respiraba el día que Sheinbaum asumió la presidencia, no se pierde de golpe. Se va apagando poco a poco, en cada recibo impagable, en cada trayecto inseguro, en cada promesa que no llega a sentirse.

El reto de este segundo año no es aprobar más reformas ni dar más conferencias, sino devolverle a la ciudadanía el derecho a soñar sin miedo. Si eso ocurre, la esperanza renacerá. Si no, quedará la amarga sensación de que el cambio histórico se quedó a medio camino.

El reloj ya corre, y la esperanza no sabe esperar.

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